martes, 24 de junio de 2008

Desencanto, parte 5

La luz del día se asoma por las ventanas del hotel y golpea el rostro de Dafne, quien reacciona lentamente.

- Mmnn... Ouch, ¡Mi cabeza...!

- Vaya, hasta que por fin despertaste.

Aunque la voz que escucha le es familiar, Dafne sabe que no es la de María, por lo que abruptamente da un salto de la cama y trata de ponerse en algún lugar seguro de la habitación.

- ¿QUIEN RAYOS ES USTED Y QUÉ DEMONIOS HACE...? Oh, por dios... ¡¡¡¿LEO?!!!

- Hola, Dafne. Tiempo sin verte.

- No, no, rayos... Debo estar borracha aún... No, tú no puedes estar aquí.

Mientras Dafne trata de convercerse de que sigue dormida, Leo se acerca a ella y le pica las costillas con el dedo indice, a lo que ella responde con un espasmo involuntario.

- ¡Ay! Eso me...

- Vamos, Dafne. No soy ninguna alucinación. ¿Acaso ya no me reconoces?

- ... Oh, santo cielo. ¡Eres tú!

Sin decir más rompe en llanto y se abalanza hacía él para darle un gran abrazo.

- Tú... Lenny... snif... No sabes cuánto deseé este momento... Eres, (snif) un tonto... Te extrañé mucho....

- Yo también te extrañé.

- No... (sob) No te creo. Tuviste tanto tiempo para hablarnos. Todos pensamos que habías...

- Si, lo sé... Ya habrá tiempo para explicar eso.

- Si, tienes razón, estoy felíz de verte y que estés bien. Sólo espera a que María te vea, je je je. Se va a desmayar de la impresión. Espera, ¿Dónde está María? Ella fue quién te dejó entrar, ¿No?

- Bueno... Esa es la razón por la que estoy aquí. No es fácil de explicarlo, pero...

Se escucha como se abre la puerta de la habitación y detrás de ella aparece María sosteniendo una bolsa de papel entre sus manos.

- Hola, Leo. Ya regresé... Qué tal, mi amor, veo que ya despertaste. ¿Te sientes mal?

- ¿Eh..? Me duele un poco la cabeza, pero estoy bien. ¿Dónde fuiste?

- A comprar unas cosas para el viaje además de unas aspirinas y antiácido por si despertabas sintiéndote mal. Y mira a quién me encontré.

- Si, a Leo, je je je. Dónde lo fuimos a encontrar.

- Lo que son las coincidencias, ¿Verdad, Leo?.

- Si... Bueno, ya casi tengo que retirarme, pero primero vamos por la hielera que me pediste, María.

- ¿Hielera..? ¡Ah!, si. Casi lo olvidaba, je je je.

- Ok, vamos por la hie... ¡Ouch!

- Creo que no estás en condiciones de salir, Dafne. Mejor descansa en lo que María y yo vamos por las cosas. Nos veremos más tarde en el restaurante del hotel, yo invito.

- ... Ok.

- Vamos.

- S-si... Vamos.

Tras verlos salir de la habitación Dafne se recuesta en la cama y en cuestión de segundos se queda dormida. Cuando Leo y María están a punto de llegar al elevador, él la toma del brazo drecho y la lleva hacía las escaleras de emergencia.

- Creo que ya fué suficiente de todo esto. ¿Qué demonios quieres de mi?

- ¿De qué hablas?

- Llegas al puerto con una bola de universitarios hippies, los registras a todos aquí, emborrachas a tu esposa, te la tiras en ese estado y luego corres a verme. ¿Quién te dijo que vivo aquí? Porque a eso viniste: a verme.

- No, yo no sabía que tú...

- No, si lo sabías y sabías que es lo que ibas a decir. Me asusto y trato de alejarte para aclarar mi mente, ¿Y qué haces? Te largas a tomar Dios sabe dónde para luego regresar haciéndote la esposa módelo. ¿Cuál es tú problema?

- Yo... Es que yo sólo quería decirte que...

- Sigues enamorada de él. Anda, díselo...

Ambos voltean hacia la puerta de entrada de las escaleras de emergencia para ver a Ariadna con un niño en brazos.

- Vamos, querida. Estamos esperando.